El concepto de sistema viene de la mano casi de forma inherente al de identidad, porque un sistema es un todo que se compone de partes, y éstas deben probar su pertenencia a este “todo”. Lo que demuestra que provienen de un determinado sistema y no de otro es justamente su identidad.
Pero ¿qué de la identidad es lo que nos demuestra esa pertenencia de las partes a un determinado sistema? Y es entonces cuando aparecen las dos palabras que van a seguirnos como estudiantes de diseño y luego diseñadores por el resto de nuestras vidas: constantes y variables.
Las constantes son aquello que refuerza esta identidad, se despliega en todas o casi todas las partes del sistema, y le dan unidad, le permiten al receptor hilar que pertenecen a un mismo todo. Puede ser la paleta o una parte de ésta, la materialidad o el soporte, la combinación de tipografías, el clima, etc. Las variables, en cambio, son aquello que le da diversidad a nuestro sistema. Nos permiten alterar sus partes de forma tal que (si el sistema funciona correctamente) no se nos vuelvan aburridas ni predecibles, pero a la vez sin afectar su identidad o pertenencia al resto del sistema. Estas variables pueden generarse también desde la paleta, los formatos de las piezas, las puestas en página, o bien todo aquello que valga para crear alternativas dentro del sistema que estemos diseñando.
Ahora bien, si dejamos un poco de lado la idea de identidad desde el punto de vista gráfico o de diseño, nos encontramos con otro problema a resolver en un trabajo como que el que tenemos en curso en la materia, y es la idea que creamos acerca de la identidad de nuestro sistema, la perspectiva más conceptual. Ésta es la parte que muchas veces a la hora de diseñar dejamos de costado. Pensamos la gráfica, la paleta, etc., y después nos inventamos una excusa que justifique las decisiones. Esto no está mal en muchos casos y cada uno tiene sus métodos a la hora de trabajar. Pero en un trabajo como éste, en el que debemos crear una voz y una serie de argumentos desde los cuales estamos hablando a un determinado comitente, tal vez nos sirva profundizar y construir una identidad primero. ¿Por qué? Porque le va a dar fuerza a nuestro trabajo, nos va a servir de fundamentos, de disparadores, nos va a ayudar a acotar decisiones y darles más peso, y va a aportarnos esa singularidad que nos hace nosotros y nos diferencia de otra idea.
Un ejercicio que podemos hacer para trabajar en esto es pensar primero en la temática. Esto es lo más fácil. En nuestro caso, ¿sobre qué quiero mi evento? Seguro todos bocetamos una idea en la cabeza cuando escuchamos en qué consistía el trabajo. Sobre cocina, una determinada cultura, alguna problemática respecto a la salud… Pero ahora bien, seguramente ya conocemos eventos similares a lo que tenemos en mente a primeras. Pueden ser distintos en su cronograma, sus actividades o su lugar, por ejemplo, pero la idea, sus objetivos, parecerían ser los mismos a los nuestros a grandes razgos; y es justamente en este aspecto en el que debemos ganar identidad. ¿Qué hace que nuestro evento sea distinto a cualquier otro evento de salud? (por ejemplo). Para alcanzar esto, entonces, debemos trazar una “línea de pensamiento” que atraviese la temática de nuestro evento y la haga distinta; una perspectiva, un enfoque, que nos muestre algo dentro del tema en el que trabajamos que nadie estaba viendo.
Y esto nos va a permitir, no sólo esa singularidad en cuanto a la idea y la propuesta, sino también en cuanto a la gráfica. Nos va a dar excusas, va a alterar esa primera imagen que habíamos pensado en nuestras cabezas sobre el diseño de nuestro sistema, y nos va a dar mejores herramientas, mejores argumentos y mejores resultados.
Algunos ejemplos de sistemas de identidad: