El último verano tuve la suerte de poder organizar un viaje a Alemania aprovechando las gloriosas ubavacaciones. Me apareció una linda oportunidad de ir a trabajar a una granja cerca de Frankfurt, en Baviera. Era de unos amigos de unos amigos míos, a los que no conocía en persona, que manejaban su granja familiar cuya producción era orgánica. Un tema interesante para aprender y muy en boga por Europa.
Con escasos conocimientos -rayando en nulos- de Alemán, aprendidos gracias a Duolingo, partí nomas.
Un espectáculo la Navidad alemana… ¡y mis tareas también! Con bombachas de campo y los abrigos que se necesitaran salía a cumplir mi papel principal: juntar los 3000 huevos diarios que ponían las gallinas de los cuatro gallineros. Juntarlos bien, controlar los gallineros, anotar las cantidades y fijarme el bienestar de las gallinas. Después, a cumplir otras labores.
Pero vayamos a lo que nos compete… ¡la tipografía! Porque estando en el país donde ésta nació, no podía dejar de pasar a visitarla. Así pues, organicé una escapada de día a Mainz (Maguncia) que quedaba muy cerca de la granja. Era un día lluvioso, muy lluvioso así que apenas me bajé del tren apunté directo al Museo de Gutenberg, fundado en 1900, por los 500 años del nacimiento del inventor de la tipografía. Pagué mi entrada, guardé mi mochila y arranque a recorrer. Eran nada más y nada menos que 4 pisos completitos de libros cargados de historia y antigüedad y como el día no estaba muy atractivo que digamos, supe que me iba a quedar allí largo y tendido. ¡Qué bien!
Apenas entré, un señor del museo me invitó a participar de una muestra en vivo, donde armaría una puesta en página utilizando los tipos móviles y el aparato mágico. Fui nomás; era en Alemán pero mostraba todos los utensilios, las hojas y la prensa de grabado, así como el proceso de creación de la página. Impresionante. Hacia el final llamó a un invitado y le pidió “ayuda” para hacer fuerza sobre la página que realizaba, para colocar bien la tinta. Como recompensa, le regaló la hoja que habían armado: una hermosa puesta de dos columnas hecha con tinta negra, algo de azul y también rojo.
Cuando terminó la exposición me acerqué a hablar con el señor. Muy, muy simpático era. Hablamos mucho sobre Gutenberg, su contexto histórico y la repercusión que el invento de sus tipos móviles, y la tipografía, tuvo en el mundo y los cambios que esta generó. Yo constaté mis conocimientos universitarios y me invitó a participar en la siguiente muestra (en una hora sería) que iba a ser en inglés (¡Fiuf!) y yo sería su ayudante, con lo cual… me llevaba la preciada muestra. A la hora volví, escuché la exposición (y la entendí mucho mejor) e hice de ayudante. Por supuesto que me lleve mi regalo. Fui a despedirme de mi amigo, un maestro, y continué recorriendo. Allí mismo estaban otras maquinas de impresión, posteriores, había de linotipo y las anteriores a la computadora, con teclas que escribían sobre una cinta. Eran máquinas enormes, necesarias para tanta impresión.
Continué mi visita por los otros pisos. Una serie interminable de los primeros libros. Estaban expuestos bajo la mirada atenta de un vigilante y estaban señalados por el año de creación, maestro tipógrafo y dueño del libro. Los más relevantes que recuerdo eran Aldo Manuzio, Gutenberg (por supuesto) y Bodoni. Había otros tipógrafos también conocidos que no pude retener.
Fue expectacular poder ver por mí misma todo lo que había aprendido: las distintas tipografías , el uso de la imagen; su tratamiento y su relación con el texto, el uso de capitulares y como estaban intervenidas, las distintas puestas en página, los formatos de los libros, sus temáticas.
Y, hacia el final, entré al cuarto oscuro, donde se encuentran las dos biblias originales, de 42 líneas: las primeras que hizo Gutenberg. Impresionante.
Así de feliz, volví con mis queridas gallinas.