Hace poco me hablaron sobre la importancia de las preguntas. Me dijeron que hay que irse de cada lugar con una pregunta nueva, con algo en lo que pensar. Me hablaron también sobre las preguntas como la manera que tenemos de aprender, pero no solo en un ámbito de educación formal sino también en cualquier otra instancia de la vida. La capacidad de hacer preguntas acerca de nosotros mismos y del mundo que nos rodea es una destreza importante que tenemos los humanos, nos habla sobre la habilidad de generar un pensamiento racional.
Hacernos preguntas nos hace pensar. Nos hace reflexionar sobre lo que escuchamos, generar opiniones y plantear determinantes frente a distintos temas, nos hace procesar y generar contenido. Cada pregunta nos hace crecer, aunque sea un poco, y con cada pregunta logramos abrir todavía más la cabeza “La mente es como un paracaídas, solo funciona si se abre” – Albert Einstein. Tenemos que estar atentos, abiertos a poder descubrir y redescubrir las cosas de las cuales nos rodeamos, las cosas de la vida cotidiana tienen mucho para decir, pero somos nosotros – y solo nosotros – quienes podemos sacarle provecho.
Por último, quería hablar de la zona de confort. Esa zona en la que estamos seguros sin ningún peligro, la zona en la cual nos sentimos cómodos. Para esto hay un cuento que me contaron de chica que me gusta mucho y quería compartir: Había una vez un elefante que creció en el circo atado a un árbol con una soga, desde chiquito que el elefante tira y tira de la soga para poder soltarse, pero no logra desatarse. Pasan los años y el elefante crece, se hace más fuerte y grande con la suficiente fuerza como para poder tirar de la soga que lo mantiene atado al árbol y salir en libertad, pero él nunca volvió a intentarlo porque tenía el recuerdo de que esa soga no se podía romper. A veces uno no sale de su zona de confort porque cree que no puede, porque cree que si una vez – o dos o tres – no pudo romper la soga que lo tiene atado al árbol, cuando vuelva a probar no va a poder tampoco, ya sea por la propia limitación que nos imponemos o porque nos genere miedo probar algo nuevo.
Ahora bien, salir de la zona de confort, hacernos preguntas, cuestionarnos, poder abrir la cabeza. Creo que todos estos puntos están íntimamente relacionados con el diseño y con el pensamiento proyectual con el que convivimos.
A la hora de diseñar, tendríamos que poder salir de nuestra zona de confort, no enamorarnos de las cosas ni atarnos a lo que solemos hacer, de lo que sabemos que podemos manejar y así arriesgarnos a probar algo nuevo, a experimentar, porque siempre hay tiempo de volver para atrás. No conformarnos con lo que ya tenemos adquirido porque acomodarse significa estancarse, no buscar nuevos estímulos, nuevos retos. “Lo bueno es el enemigo de lo grandioso” – Jonathan Ive
Para llevar a cabo un buen diseño debemos hacernos preguntas. ¿QUÉ? ¿CÓMO? ¿CUÁL? ¿PARA QUIÉN? ¿CUANDO? ¿EN QUÉ CONTEXTO? (y demás)
¿Qué diseñamos? Un libro.
¿Qué tipo de libro quiero diseñar?
¿Para quien va a estar dirigido?
¿Cuál es su función?
¿En qué año está ambientado/ orientado/ en qué año lo estoy diseñando?
¿Es un sistema? Si es un sistema, ¿cuáles serán sus constantes y cuáles sus variables? ¿Qué tipografía voy a usar? ¿Cuál va a ser su función? ¿Qué quiero transmitir?
No todo da lo mismo. Es por esto que es importante no dejar de preguntarnos, pero también permitirnos, darnos el lugar a dudar de lo que creemos correcto.
En cualquier punto donde nos paremos, si observamos con una mirada más crítica deberíamos tener una idea, un proyecto, deberíamos tener DISEÑO.