Tipografía es identidad ¿y un arma por la paz?

El proyecto de una tipógrafa israelí de fusionar los alfabetos árabe y hebreo en pos de mejorar la comunicación entre dos pueblos históricamente desencontrados en un mismo territorio abre lugar a la reflexión sobre el valor identitario que encierran las letras.

Soy judío. Fui a escuela judía de los 2 a los 18 años. Celebro las festividades de la religión judía desde antes de empezar a caminar. Hice mi Bar Mitzvá, igual que la mayoría de mis amigos y miembros de mi familia. Soy judío pero no creo en la relación entre hombre y dios que plantea la religión judía, no creo siquiera en las religiones. Aún así soy y me considero judío, no sólo porque mis padres lo sean sino porque yo considero al judaísmo como una parte de lo que me construye. Como judío pienso que el judaísmo es para el judío lo que ese judío quiera que el judaísmo sea. ¿Confuso? Definitivamente.

El judaísmo no es (como ya dejé claro con el anterior breve manifiesto) únicamente religión, es algo mucho más grande, más inclusivo. Judaísmo es cultura; la cultura de un pueblo milenario que se identifica como tal desde antes de tener las primeras leyes que lo adhieran a un dogma teocrático. Es por eso que desde mi punto de vista (y el de muchos otros integrantes de mi pueblo) es judío el que encuentre en la cultura judía una parte de su identidad.

Canciones, pasos de baile, vestimentas, platos típicos, costumbres, modos, palabras, dialectos, idiomas. Todos los pueblos y naciones del mundo los/las tienen. Como judío argentino mi infancia y mi paso por la escuela siempre se repartió entre asados y empanadas o Gefilte Fish y knishes, disfraces de criollo o de aldeano ruso, chacareras y rikudim (danzas folclóricas israelíes), 9 de julio y Iom Haatzmaut (día de la independencia de Israel) y la dicotomía en la que ahora pretendo explayarme; castellano y hebreo. Antes incluso de empezar a caminar, el universo que me rodeaba todos los días ya estaba escrito con dos alfabetos, y dos alfabetos que no tenían ningún punto en común.

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Desde muy chico naturalicé la escritura y la lectura en estos dos idiomas y sus respectivos alfabetos; ABC y Alef Bet. En la escuela a la mañana escribíamos con uno, a la tarde con el otro. En mi casa, con mis amigos y en la calle siempre hablé en castellano, por supuesto, pero el hebreo siempre estaba ahí; en una tarea para la escuela, en una canción de la cena de año nuevo judío familiar, en un envoltorio de chocolate que alguien había traído de Israel o en el frasco de canela de la casa de mi abuela.

No fue hasta que visité Israel por primera vez, que me di cuenta lo internalizado que tenía el idioma hebreo. Aún estando en el corazón de oriente medio me sentía como en mi casa. Esas letras que había aprendido en la escuela y que en consecuencia había visto mayoritariamente en libros de estudio o religión, estaban ahora en las marquesinas de los teatros, indicando los nombres de las calles, las secciones del supermercado, en las indicaciones de emergencia del avión, hasta en el logotipo de McDonald’s, Coca Cola o Harry Potter. No fue hasta que visité Israel por primera vez que concluí que esas letras eran parte de mi identidad, y que esas letras me hacen sentir más judío que las historias que narra la Torá (la biblia).

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Para los 8 000 000 de israelíes (indistitamente de sus creencias religiosas) el hebreo y sus 22 caracteres es parte permanente de la vida cotidiana. Pero en Israel el hebreo es sólo uno de los dos idiomas oficiales; más de 1/4 de la población es árabe y habla y escribe en en la lengua homónima como su lengua madre. Por tener el árabe un status tan oficial como el hebreo, todos los carteles en rutas y caminos a lo largo y ancho de este pequeño país están escritos en ambos idiomas (y en inglés, para el turista o extranjero al que ninguno de todos esos signos le resulte legible).

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Las poblaciones árabe (aproximadamente 2 000 000) y judía (aproximadamente 6 000 000) del Estado de Israel no están en guerra, pero tampoco coexisten tan armoniosa y serenamente como lo hacen sus respectivos alfabetos. Es una triste realidad que, salvo en contadas excepciones, judíos y árabes viven en barrios o ciudades separadas, compran en distintos mercados y miran distintos canales de televisión.

En lo que a idiomas refiere, Israel es un país bilingüe. Los niños aprenden en la escuela ambos idiomas pero luego viven su vida en uno solo e ignoran el otro. La mayoría de los judíos no presta atención a la escritura arábica y la mayoría de los árabes tampoco a la hebrea. Lo tipográfico está poniendo frente a nuestros ojos entonces, sin rodeos, que las letras son identidad y que en consecuencia pueden unir o separar. En mi caso personal, el alfabeto hebreo me unió a la cultura, tradiciones e historia de mis antepasados.  Para los millones de habitantes del Estado de Israel ambos alfabetos son parte intrínseca de las identidades nacionales y culturales que construyen a los distintos pueblos que comparten el territorio, pero ambas identidades no pueden convivir, porque las dos ignoran lo que dice la otra. Paradójico es, que así como el pueblo judío y el árabe comparten mucho de sus orígenes y creencias religiosas, también sus idiomas tienen un origen y un presente común y, aunque no parezca, sus alfabetos poseen muchísimos puntos de conexión.

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“Me di cuenta que ignoraba la parte en árabe de los carteles” dice Liron Lavi Turkenich, una tipógrafa israelí que decidió llevar esta cuestión a una dimensión inédita. Bajo la teoría que expone que los signos del alfabeto latino pueden ser reconocidos aún viendo solamente la mitad superior de los mismos, decidió probar esta idea con los alfabetos hebreo y árabe, llegando a la conclusión de que para el primero solo es necesario ver la parte inferior y para el segundo, la superior. Así, fundiendo mitades superiores de letras árabes con mitades inferiores de letras hebreas y considerando que la mayoría de las palabras tienen la misma raíz en ambos idiomas, nació “Aravrit”, un sistema de 638 signos que comprende todas las combinaciones posibles de signos tipográficos árabes y hebreos, permitiendo escribir para dos idiomas que utilizan alfabetos distintos, una sola palabra legible y entendible para todos.

El conflicto árabe-israelí es de una profundidad tal y consta de tantas aristas que no es mi pretensión (ni la de Liron, me atrevo a suponer) proponer que el camino a la paz reside en una cuestión tipográfica. Pero su proyecto idea una solución para una situación cotidiana urgente.

Las letras son, definitivamente, una parte fundamental de lo que construye nuestra identidad y la de nuestras sociedades. Hagamos de ellas puentes, no barreras.

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Para más información sobre el proyecto de Liron Lavi Turkenich, adjunto a continuación la presentación del mismo para Creative Mornings Tel Aviv, “Liron Lavi Turkenich: A Meeting of Types” (“Liron Lavi Turkenich: Un encuentro de tipos”) (el video sólo está disponible en idioma inglés) y el link a su portfolio personal.

http://www.lironlavi.com/

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