El comic, desde su inicio como fenómeno comercial y masivo, fué un caldo de cultivo donde se mezclaban las costumbres y paradigmas estéticos propios de la época y se ofrecían al público en formato de revista y a precio accesible. Es verdad que hoy comprar un comic es generalmente sinónimo de un precio elevado y algunas veces de un snobismo infumable que se enfoca en cualquier cosa menos en la calidad gráfica y narrativa del libro en sí, pero esta bonita tradición de ser una muestra de la costumbre estética de la época continua y creo yo es más notoria que nunca, tal vez porque el uso del diseño y la comunicación visual en general es más notoria que nunca.
Así como en los años 60 los cómics venían en ediciones semanales y se limitaban a estar muy emparentados con el cine y su forma de mostrar la “imagen en movimiento”, hoy en día las historietas se nutren de otras disciplinas gráficas y artísticas para expresar su narrativa. Estas tendencias nos traen como resultado una grata novedad de la era moderna: el cómic como un motor del sistema gráfico en la cultura popular.
Si embargo, esta idea hermosa de cómic como el impulsor de una comunicación visual sofisticada es sólo eso, una idea, pues la amarga realidad que enfrentamos hoy es innegable: el cómic hoy, en este país, no es popular en lo absoluto. Y es más; toda esta innovación que busca empapar la historieta de códigos estéticos propios del diseño gráfico y la comunicación visual se da mas que nada en el comic independiente (y a veces hasta auto-publicado, es decir, de tirada limitada) tanto nacional como extranjero. Lo curioso del caso es que si nos ponemos a analizar la situación de las publicaciones que siguen esta tendencia podemos llegar a la conclusión de que las historietas son las únicas que impulsan estos usos desde abajo, desde la independencia. Si buscamos un sistema gráfico en el packaging de un album de música, por ejemplo, estaremos hablando probablemente de una banda masiva y comercial que es la que tiene recursos (e interés) para pagar a un diseñador que cree un sistema gráfico, un pequeño mundo visual para su obra. En el caso de los comics estos mundos son creados muchas veces en publicaciones trabajadas a pulmón y que dentro del mercado nacional resultan económicamente accesibles, aunque su difusión se de entre un nicho particular. No es casualidad que Matías San Juan, uno de los dibujantes de Doppelganger (publicación de comic nacional e independiente) sea diseñador gráfico recibido de la FADU.
Es importante expandir la mirada sobre el comic tomando estos ejes. Es sano que una publicación lleve adelante su narrativa preocupándose por sus códigos visuales, y que como producto comercial sea accesible para cualquier persona sin vender ningún riñón. Nos hace bien. Hay que fomentarlo. Hacete amigo de la historieta, comprá las publicaciones nacionales. El diseño y la patria te lo agradecerán.